martes, 9 de diciembre de 2008

Leyenda Biográfica sin rostro (Parte 1)

Le conocí años atrás, contaban leyendas sobre él, decían que tenía el alma inviolable que cada día que lograba sobrevivir era casi un milagro porque pasaba a punto de culminarse entre llantos.
Dicen que era insensible, duro, lleno de un coraje casi eterno producto del infortunio que le había tocado vivir o quizás una consecuencia vivida asignada.
Nunca sonreía, no había razones para hacerlo, estaba invadido de la plaga del resentimiento, del reclamo universal, de la desgracia que, incansable, se adhería a cada instante para burlarle la vida.
Vivían en su memoria presos, el arte, la poesía, la alegría que era casi un mito porque solo le habían comentado sobre el sabor que tenía, si alguna vez la percibió, como amnésica maldición se esfumo de sus recuerdos.
Por las tardes disfrutaba estar a solas y caminaba entre un sendero del bosque en que coexistía, hablaba solo con un conejo que aparecía súbitamente, a veces oyendo el murmullo que arbustos combinaban ayudados por la melodía que el viento, traía de la nada.
Esperaba ilusionado las noches de luna que afloraban de sus entrañas, el instinto animal que dominaba y es que el brillo de la noche era el analgésico a sus penas, porque era ese el momento en que las estrellas emprendían un descenso misterioso y al tocar la tierra, su manto luminoso sufría una metamorfosis y era cuando la luz era sustituida por unos cuerpos seductores de mujer que deleitaban en pasiones infinitas a su alma hecha girones.
Nunca aprendió a querer los amaneceres porque siempre pensaba que eran hechos para dos y el no sumaba el par para esa escena.
Era un adicto a la cafeína, un placer del cual nunca se privaba y era el ingrediente base para infundir en sus manos ideas que nunca contaba, que siempre callaba.
Bohemio corazonado de espíritu aventurero, le gustaba ser libre pero añoraba estar preso en una cárcel de fuego que avivara un amor sincero.
Infundía miedo en su mirada intensa, aunque a veces perdida, sin embargo era dócil, sumiso y sensible al olvido.
Siempre expresaba que deseaba que los sábados y Domingos fueran de siete días para escapar de las heridas y guerras que de lunes a viernes libraba.
Era un cuerdo algo loco, algo nostálgico, algo divertido, se reía siempre de su existencia y era inmune a la vergüenza desvergonzada.
Su defecto mas finito era hablarle directo a todo, expresar sin censura lo que se le antojaba decir y opinar sin máscaras cosméticas que todo lo confunden.
Por dicha actitud era incomprendido, mas la crítica, no le quitaba el sueño.

Aun hay tanto que contar sobre este encuentro, pero dejare un paréntesis de suspenso mientras prosigo.
Continuará...

Un abrazo