viernes, 9 de enero de 2009

Un olvido matutino y otras cuitas


Últimamente estos nuevos amaneceres de Enero se me están tornando algo breves, siento que el sueño no alcanza y la energía parece quedarse adormitada en mí, despierto algo embrutecido hasta que la sensación refrescante del agua, fluyendo de la ducha, logra traerme de vuelta.
Emprendo el camino a mi centro de trabajo, una labor casi que efectúo de memoria, de pronto mientras manejo, traigo ideas sueltas, alborotadas, aglutinadas en la memoria, me dispongo a bajar del carro y doy un portazo.
¡Oh Fatalidad!, siento un frío de frustración al admitir visualmente que, a raíz de mi desorden de pensamientos a ordenar durante el día, he dejado las llaves residiendo en uno de los asientos y al verse descubiertas, parecen señalarme y carcajearse de mi olvido involuntario.
No me queda más que no perder la calma y la cordura, tomo el celular y llamo a un compañero,buen amigo que tiene la afortunada coincidencia de manejar un modelo de automóvil similar al que yo tengo, esperando que al llegar a la oficina, puedan sus llaves, liberar de su prisión a las cautivas.
No puedo negar que ese hecho trivial y fortuito, me derrumbo de alguna forma el optimismo matutino, pero la esperanza de que en breve se solventara el percance, pues me mantuvo la angustia reposando en la playa de la tranquilidad.
Lamento comentar que la bendita llave no le hizo ni cosquillas al llavín del carro, ni modo habría que esperar hasta el mediodia.
Solicité auxilio solidario a otro compañero, para que me me diera un aventón a una cerrajería para conseguir un houdini de las cerraduras y me devolviera por fin la paz secuestrada ya por mi infortunio de olvido.
Bien dicen que cuando se nos viene encima una tormenta, siempre se acompaña de relámpagos estridentes y los míos generaban estruendos ese día en mi bolsillo, era la prueba de que la ley de Murphy siempre se cumple.
Fue tan ruidoso el sonido, que la buenaventura y el alma samaritana de otro buen amigo, silenció el efecto, ahora sí, me dirigía resuelto y confiado en búsqueda del cerrajero. Sinceramente, esperaba encontrar a un señor que en sus canas denotara experiencia y en su lugar me topé con un jovencito de unos diesisiete años que se ofreció a solventarme el problema.
Emprendimos el viaje de retorno al parqueo donde se encontraba el enfermo y creo que duró más un respiro, que lo que el joven cerrajero tardo en introducir una herramienta artesanal y abrir la puerta.
Justo en ese momento estoy seguro, que las llaves liberadas emitieron en un idioma metálico, un grito de júbilo que se confundía con mi tranquilidad perdida y recuperada en ese instante.

Desde ese día me volví más cuidadoso, trato de encender mi agenda mental hasta que me cercioro que estoy por lo menos a un metro de distancia de mi último olvido y que un ruido combinado de llaves, hace juego con cada paso que doy.
¡Prueba superada!!

Un abrazo