Esos encuentros fugaces, esas miradas que son química que afirma que la atracción es una realidad que hace de dos extraños confidentes, pero que puede ser efímera como el encuentro mismo...
Llovía frecuentemente, eran esos días donde las estaciones del año eran puntuales, no con los letargos de ahora y esas elevadas temperaturas que dan la impresión que el verano no ha partido.
Ella caminaba apresuradamente, con la ansiedad combinada en sus latidos, entablando un monólogo de preguntas y respuestas mientras duraba el recorrido. Aquel día había sido importante, era un éxito privado que iba celebrando mientras reía a solas, su primer trabajo lejos de casa.
Inesperadamente gotas inoportunas comenzaron a caer, rápido se convirtieron en una tormenta intensa que le obligó a detener su trayecto, buscando un lugar donde escampar y se encontró conmigo, refugiado bajo un techo casual y disponible. Aguardaba para encontrarme con compañeros del colegio para ver una obra de teatro como asignación en la clase de español.
Sin duda mis ojos curiosos estaban impresionados con su angelical belleza, era una mujer de unos veinte y tantos, eso decía yo, un adolescente inexperto cuyas hormonas no parecían querer quedarse quietas, inmaduro y tímido todavía, conservaba la creencia inocente de amar para toda la vida, tenía el corazón intacto, fácilmente sobornable.
Hasta ese momento mis aventuras eran en su mayoría, las que creaba en mi memoria, pubertas fantasías que todo adolescente tiene y donde la curiosidad se vuelve una bacteria cuando los adultos vuelven tabú un tema sin necesidad.
Pero en aquel momento estaba junto a una mujer hermosa, no había nadie más, bueno, aparte de la lluvia incesante y otros refugiados distantes, era un glorioso momento, lleno de mutismo sin embargo, pero no importaba, valía la pena la coincidencia. Ella sin embargo, buscó ponerle fin a las miradas y rompió el silencio, yo no sabía que decir cuando su voz fue lo mejor que puede escuchar aquella tarde:
-Hola, no quiere dejar de llover ¿Verdad?
-Si, así parece -Le dije- Miento, no le dije nada, solo moví la cabeza afirmando con las mejillas sonrojadas, pero disfrutaba descubrir que ella sabía en su mirada, el efecto que causaba y se divertía mientras tanto.
Tuvo el detalle de contarme lo importante que había sido ese primer día, fue una especie de alquiler de confianza, se notaba la ilusión en cada palabra y sonreía, me gustaba cada vez que lo hacía porque sus ojos duplicaban su belleza.
Fue entonces que la lluvia comenzó a mermar, ella se despidió dulcemente, habría querido ser atrevido y besarle las mejillas por lo menos, pero no, no pude, no tenía las agallas todavía, me tomó las manos con un saludo formal y se fue así como llegó...
Al final me encontré con mis compañeros, quise impresionarlos contando la anécdota y ponerle un poco de condimento a la historia, pero no sirvió de nada, no habían testigos, por ende, para ellos no había pasado.
Entramos a ver la obra por fin, admito que dificilmente me concentré, estuve ocupado con la imaginación construyendo la historia que me hubiera gustado vivir con ella, así se hizo de noche...