lunes, 5 de mayo de 2008

Y fuí niño otra vez














Estaba esperando que el semáforo cambiará a verde, cuando quede viendo a un punto indefinido en el horizonte y la imagen que vi me trajo recuerdos, a lo lejos un niño elevaba un cometa (papelote, pavana, barrilete), corría emocionado comprobando que entre mas corría mas besaba el cielo su amigo volador.
Casi nunca me gusta escribir anécdotas personales porque siento que es algo pretencioso involucrar a quien me lee en un viaje al pasado con mis aburridas y simples historias.
Pero si mis palabras son las voces calladas de muchos que al igual que yo suelen recordar sus días de infancia y al hacerlo, sienten la innegable necesidad de viajar un breve espacio a ese momento, entonces puedo convertirlos en cómplices y pasarla bien lo que dure el tiempo en leer estas líneas.
Me subo a mi maquina del tiempo que tengo aparcada en el garaje de mi memoria, subo en ella al tradicional estilo de Steven Spielberg y con un solo pensamiento retrocedo a una fresca tarde de Sábado, de los mejores momentos que viví con mi padre sino el mejor de todos.
Probablemente tendría yo seis años cuando esto tuvo lugar, aun no se visualizaba la llegada de mis dos hermanas, por lo que mi mundo de fantasías era muy amplio y ocupaba mi tiempo jugando con soldados de guerra, indios y vaqueros, muñecos de plástico que derribaba con canicas, hubiera deseado tenes un PS2 o un Nintendo DS o el revolucionario X-BOX ó PS3, para explotar mas mi mundo mental pero en su lugar era feliz inventando conflictos entre mis súbditos de plástico.
Mi padre trabajaba lejos de la ciudad y los fines de semana retornaba a casa, siempre le esperaba con ilusión y esa tarde iba a ser muy especial pero no tenia ni la mas remota idea de que eso sucedería.
Apareció y traía consigo un artefacto nuevo para mí, grande de papel con una extensa cola, y según me comentaba iríamos a elevarlo a la montaña.
Eran dos aventuras en un solo paquete: subir la montaña y elevar un barrilete, un combo tentador para un niño que pasaba inventando libretos para muñecos de guerra y el viejo oeste.
Me sentía un explorador cuando empezamos el camino de ascenso por la montaña, atravesar lugares nuevos en búsqueda de una planicie donde poder tener el espacio suficiente para emprender la entretenida tarea de aprender a elevar el barrilete.
Y al llegar a un claro en el lugar, empezó el aprendizaje, mi padre tomo un carrete de hilo lo amarro casi adherido al objeto volador de papel y empezó a correr y yo tras el sonriendo, notando como aquel objeto empezaba a volar rumbo al cielo en un viaje que se hacia lento pero seguro, de pronto mi padre me dió el carrete y me dijo que continuara corriendo hasta que pudiera divisarlo lejos casi besando el cielo y asi lo hizé.
Me quede fascinado con un brillo en los ojos por la magia que aquel momento me regalaba y para añadirle mas colorido, miré a mi padre sacar unas tiras de papel y escribir en ellas,-
El me miró y me dijo sonriendo: “Le mandaremos telegramas”
Abrió un pequeño agujero en el pedazo de papel y lo adjunto al hilo que conectaba al barrilete que cada vez, subía mas por aquel azul cielo y sumido en una crédula inocencia, miré viajar en ascenso a aquel trozo de papel por aquel hilo que parecía ser un cordón umbilical que unía mis manos con un amigo volador hecho de papel china multicolor.
Por mi parte mande mas de dos telegramas que estaba seguro llegaron a su destino, de pronto me distraje un momento viendo un partido de beisball que se jugaba en la zona baja de la montaña y deje caer el carrete al suelo, inmediatamente llame a mi padre solicitando ayuda pues veía que mi cometa se alejaba, pero ya no rumbo a las estrellas sino descendiendo con tristeza a un punto indefinido a varios kilómetros de ahí.
Los intentos de mi padre fueron fallidos, mire poco a poco como aquel objeto que se mantenía orgulloso ascendiendo al infinito, se alejaba de mí y se perdía como un punto sin sentido en el horizonte.
Ya era tarde, emprendimos el viaje de regreso a casa, traía a flor de piel la nostalgia de no saber el paradero de mi cometa que probablemente pudo caer en manos de algún otro niño que iba a soñar intentando revivir una vivencia similar a la que me toco vivir a mi ese dia.
Luego de cruzar puentes, descender árboles, encontrar madrigueras y cuevas llegamos a casa, mi madre me recibió con un abrazo de esos que se dan con los brazos bien abiertos y un beso tierno expresando la alegría de verme de nuevo.
Para mi había sido una tarde mágica, quizás ahora en estos días tan tecnificados ya no se den de este tipo de anécdotas, pero para mi significó un momento que no se borró aun con el paso de los años.
Apreté el acelerador del carro y mientras me alejaba sonreí a solas para mis adentros, sentí que aquella risa que a lo lejos dibujaba en la cara de aquel niño, fue la mia aquella inolvidable tarde de un Sábado junto a mi padre.
Un abrazo
SPS Honduras 04-05-2008