lunes, 20 de diciembre de 2010

La playa y su silencio...

En un recuerdo de tarde, en esos momentos que estar en cama es el placer más agradable que
existe para disfrutarse, me vino a la memoria alguna de esas tardes de playa donde la piel se ve
tentada y las pasiones renacen sin planificar nada.

Fortuito encuentro mientras yo, en lo profundo de aquel espacio, teniendo como silla un viejo
residuo de un árbol ya seco y olvidado, con guitarra en mano, dejaba una canción
romper el viento y aquel sonido mágico del mar impetuoso, de olas coquetas besando la orilla.

Desierta la playa, el mar y yo en plática privada, relajado en soledad con aquel sonido que
parecía un mundo nuevo. La brisa de la tarde acariciaba mi cara sin pedirme permiso,
a lo lejos, un punto parecía moverse y cada vez se dirigía hacia mí.
Incómodo de alguna manera no quería que nada rompiera la calma de ese momento a solas,
con mis propios conflictos, mis palabras de aliento, la inspiración profunda que ese mar
casi amigo me estaba permitiendo sentir.

Fue breve el momento en que deje de notar aquel punto caminante a lo lejos, alguien emitió un
saludo y solo pude percatarme que la tenía a espaldas de mí. No puedo negar que la paz de las
olas que motivaba mi calma, se moría al ver aquella mujer de piernas hermosas,
de ojos coquetos buscando un horizonte en mí mirada, más sorprendida que ausente.

Verla fue callar palabras y explotar emociones, todas intensas, era como si su piel y la mía se
habían conocido siempre y al verse parecían querer acortar las distancias y expresar lleno de júbilo:
-¿Pero dónde has estado?

Los saludos triviales de Hola me llamo así y soy de aquí y de allá, fueron el prólogo obligado de
un apretón de manos necesario, hubiera deseado que un beso rompiera el hielo, sin embargo,
siempre pensando adelante, me dije que sería un abuso, que por más hermosa que fuera, la
cordura debía de estar presente. Resistí.

No dejaba de preguntarme : ¿Qué buena acción había hecho esa tarde para que en aquel paraje
donde había llegado a estar en paz y claridad con mis ideas, una mujer tan hermosa coincidiera
casualmente a cruzar y optara por detener su paso justo ahí, junto a mi?
Una vez roto el hielo, intente buscar un tema de tertulia, percibí en su mirada nostalgia, una
sonrisa temerosa y tímida, unos ojos que al mirar el mar se volvían suspiros, muchas palabras
atrapadas que parecían salir cuando mas fija dejaba la mirada en aquella inmensidad
que ante los dos se mostraba.

Sin haber preguntado nada y dejando sentir una necesidad de desahogarse,
me contó que su vida era una carretera sin terminar, que estaba llena de dolores,
que estaba recién terminando un amor que pensó en su momento sería eterno,
el de cuento de hadas y resultó ser nada mas un ladrón de sus mejores años,
sus primeras ternuras, sus entregas de luna.
Lamentaba que después de haber amado así, buscaba volver a sentir y parecía ser imposible,
solo un murmullo triste lograba emerger entre el silencio y un olvido que cada vez
era más profundo.

Olvidé a la mujer de cuerpo fascinante sentada junto a mí, empecé a darme cuenta del ser
humano que abatido le contaba a un extraño una pena, que sin saberlo, era casi compartida.
Inventé muchas divertidas ocurrencias para regalarle carcajadas mientras la tarde preparaba
maletas esperando a la noche llegar….

Fue así que la conversación cambió de tema, invité a la esperanza a compartir el momento
y pareció que la nostalgia se alejaba del lugar sin retorno.

Era tiempo de partir…recuerdo que me pidió cantará una canción de despedida,
mi preferida, era indudable, “El breve espacio” de Milanés comenzó a sonar, hay algo en la letra
de esa canción que cuando la canto, la hace nueva siempre, sentida, vivida en carne viva.
No sé si desafiné en alguna nota o si la canción le trajo a colación alguna sentida memoria, que
una lágrima apareció inoportuna descendiendo por su mejilla, dejé de tocar y tomé su mano,
apoyó su rostro en mi hombro y dejó fluir ese nudo gigantesco que mantuvo esa tarde en la
garganta.

Ahora que recuerdo confieso mi pecado: Nunca le pregunté su nombre, sin
embargo, sé que es probable que esa tarde, el destino y el mar, la trajeron al momento, para
ayudar a disipar una pena en ella y una fantasía en mi.

Un abrazo